Nos hacemos eco en el blog de la Biblioteca del artículo publicado por Valentín Romeral en el libro de las fiestas de Nuestra Señora la Virgen Morenita de 2023, con el fin de que todos tengáis la oportunidad de conocerlo.
Este artículo trata de una faena que se realizaba totalmente a mano, con el sudor de la gente y con herramientas muy específicas que la mayoría desconocemos. Un importante trabajo que daba a nuestros antepasados la materia prima para el pan de cada día y que muchos artistas han reflejado en sus obras, entre ellos pintores tan famosos como Picasso, Van Gogh ó Jean-François Millet ó en la conocidad zarzuela "La rosa del Azafrán" en la canción "Las segadoras" del maestro Jacinto Guerrero.
LA SIEGA
De entre los
oficios manuales que han ido desapareciendo «la siega» es quizás el que más
literatura ha vertido a través de artículos en los que se habla de los
segadores y los utensilios que usaban y las tareas que realizaban.
La
prestigiosa poetisa gallega, Rosalía de Castro, en el año 1863, publicó un polémico
poema titulado: Castellanos de Castilla, tratad bien a los gallegos, en
cuyos versos decía que los campesinos gallegos cuando iban a segar a Castilla
partían de Galicia como rosas y tras el periodo estival regresaban a su tierra como
negros. En el poema acusaba a los castellanos de dar un mal trato a los
segadores gallegos. Sin entrar yo en el fondo de la denuncia, los versos de
Rosalía nos recuerdan que había cuadrillas de trabajadores galaicos y de otras
regiones de España que venían a segar a Castilla y que tras dos meses de siega en
los campos castellanos regresaban a su tierra demacrados, enjutos y
ennegrecidos por la dureza del trabajo y las condiciones en que éste se
desarrollaba; pues eran jornadas que se prolongaban desde el alba hasta el
ocaso bajo el sol justiciero de Castilla en los meses centrales del verano.
En
nuestro pueblo no recuerdo ver a muchos forasteros acudir a estas faenas
recolectoras y sí en cambio vienen a mi memoria muchas familias yendo con sus
carros a cosechar sus cebadas y trigos. Y lo que con más fuerza rememoro es a
las cuadrillas que se juntaban para segar a destajo en las casas ricas del
pueblo. Generalmente eran grupos formados por miembros de una misma familia, padre
e hijos/as, mozos y mozas y mozalbetes, o varios hombres, que se unían y
ajustaban la tarea con un señor a un tanto alzado. Segaban así, porque era la
manera de conseguir mayores ingresos, aunque lo hacían a cambio de intensas
jornadas de siega que comenzaban por San Juan con las cebadas y terminaban bien
entrado el mes de agosto con los trigos, sin detenerse a descansar en fiestas ni
domingos, salvo el día de Santiago. De vacaciones no hablo porque entonces no existían.
Estas cuadrillas eran las que más sufrían en sus carnes los rigores de este
trabajo y el verano, tal como pasaba con los gallegos de Rosalía.
Las faenas de la siega
El
trabajo del segador era duro porque el acto de cortar la mies exigía hacerlo en
una posición encorvada, en la que los segadores/as tenían que acompasar los
movimientos de la mano izquierda cogiendo la caña del cereal mientras con la
derecha la iban cortando con la hoz, en una tarea que no era difícil pero que,
como todo requería un aprendizaje. Trabajar en aquella posición daba lugar a
fuertes dolores de riñones, sobre todo los primeros días de la temporada. No obstante,
la dureza a la faena se la añadían las largas jornadas y las altas temperaturas
que se alcanzan en verano en La Mancha; un día de siega comenzaba, ya en el
tajo, al amanecer y se iba de un tirón hasta la hora del almuerzo, sobre las
nueve de la mañana, era el mejor rato porque la temperatura era más fresca.
Tras el almuerzo se continuaba segando hasta la hora de la comida, normalmente
compuesta por un guiso hecho en un perol o caldero por algún miembro del grupo,
que dejaba de segar media hora antes para guisar. La comida del medio día, como
todas las demás, la hacían en el mismo rastrojo, y llevaba asociado un rato para
la siesta, que se echaban recostados sobre un haz de lo segado a la sombra de
las lanzas del carro, si lo había claro, a las que se colocaba una manta
extendida. Después, bajo un sol de justicia continuaban la tarea hasta la
merienda que servía para descansar otro rato y reponer las fuerzas que ya iban
escaseando. De la merienda al final de la jornada se llevaba bien porque el
calor había amainado y ya se vislumbraba el final de la jornada y la vuelta a
casa. Pero el viaje no terminaba allí, porque en muchos casos cuando los
segadores llegaban al hogar tenían que preparar la cena y la merienda del día
siguiente antes de ir a la cama, cuyo descanso tampoco era largo porque a las
cuatro o las cinco de la madrugada sonaba el reloj para avisar que había que volver
al tajo dejado el día anterior. Y así durante uno o dos meses. Por lo que no es
de extrañar que tal como contaba Rosalía, al final del verano, los segadores
estuviesen enjutos por el esfuerzo y ennegrecidos por el sol.
«Poemas de siega que se cantaban al
caer la tarde»
Ya
se está poniendo el sol
Ya
se podía haber puesto
Para el sueldo que ganamos
No hace falta tanto tiempo
Imagen con la disposición de una
cuadrilla de segadores
Cuando
se segaba en cuadrilla, había un segador que iba marcando el corte, que era el
que además iba colocando el «atadero» en el suelo, un cordel o tomiza de
esparto, sobre el que depositaba el primer manojo de mies, tras el cual iban
colocando los demás segadores el suyo, hasta formar un haz que se terminaba
atándolo fuertemente para que la mies no se soltase.
Atuendo de los segadores
Imagen
de tres dediles, tres zoquetas y tres hoces
Aparte
de la vestimenta normal de pantalón y camisa o saya y blusa, los segadores protegían
su cabeza del sol con un sombrero que era de ala distinta en el hombre y la
mujer; luego llevaban unos manguitos para proteger sus antebrazos; albarcas y
botitos para calzar los pies; zoqueta o dediles que se colocaban en la mano
izquierda para proteger los dedos, meñique, anular y corazón, de los temidos
cortes de la hoz curvilínea con la que cortaban las mieses.
El
mundo corre a tal velocidad que actividades como la siega y otros muchos
oficios manuales, que hace apenas sesenta años eran el centro de la vida del
pueblo hoy han caído en el olvido y la mayoría de los jóvenes los desconocen.
Las revistas de las fiestas son una buena
ventana en la que ir recordando los que se han ido extinguiendo para que su
memoria no desaparezca de entre nosotros.
Valentín Romeral Hernández, julio de 2022.